Roberto Gerhard consideró siempre la novela de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, «como su Biblia», según narra su amigo David Drew; resulta, además, muy significativo que cuando Gerhard marchara al exilio, al final de la Guerra Civil, una de las primeras obras que compusiera estuviera basada precisamente en esta novela. Gerhard recreó la obra de Cervantes de tal forma que sugiere que su línea de pensamiento estaba en sintonía con las de filósofos como Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset y Salvador de Madariaga, los cuales usaban la novela como medio para interpretar los problemas de España en época de crisis. Unamuno fue el primero que creó su propio quijotismo en 1905; le siguieron Ortega y Gasset en 1914 y Madariaga en 1926. La novela de Cervantes (o Benengeli) fue reinterpretada en la obra de estos y otros pensadores hasta adquirir los atributos de un mito antiguo. La evidencia de la relación de Gerhard con los escritores seleccionados está basada en que el hecho de que poseía sus libros y en que las ideas de sus trabajos aparecen y desaparecen del argumento del ballet, a través de lo que, junto a la música, articula su propio quijotismo mediante un sistema serial creado para el propio ballet. La expresión del catolicismo se evoca a través de la aparición de Dulcinea en el paso de Semana Santa y en el uso del cantus firmus. En la creación del ballet, por lo tanto, Gerhard añadió más conceptos mitológicos (y filosóficos) a los héroes de Cervantes de los ya acumulados, incluyendo la posibilidad de que Sancho, junto con Rocinante, adquieran un papel de mayor protagonismo.