A finales de los años cincuenta del siglo pasado, en Asturias, se empezó a implantar una nueva manera de entender el hospital, cuya influencia terminaría siendo enorme y decisiva en la modernización de la organización hospitalaria española. Proyectado para ser utilizado por cualquier tipo de enfermo, tanto por su patología como por su situación económica, el Hospital General de Asturias (HGA) se convirtió en el pionero del Estado español en implementar una estructura jerárquica en todos sus servicios médicos, clínicos y comunes, tanto en hospitalización como en consultas externas y en urgencias. Otra de sus consecuencias más palpables fue la introducción de la formación sanitaria especializada en España mediante la creación del primer programa de médicos residentes. Hasta entonces, el hospital era todavía un recurso asistencial poco accesible a amplios sectores de la ciudadanía, lo que demuestra la existencia de un desajuste cronológico en relación con lo sucedido en otros países europeos de referencia. El modelo organizativo del HGA supuso el punto de inflexión para el desarrollo de un proceso más amplio de reforma hospitalaria que acabó rompiendo definitivamente con los conceptos ya obsoletos de hospital «autónomo» y «cerrado». El primero se integró dentro de una coordinación funcional y escalonada de hospitales en red, conocida como «regionalización», y el segundo quedó eclipsado por la hegemonía del hospital «abierto» a toda la comunidad. Esta nueva realidad exigió el desarrollo e implantación de unos rigurosos criterios de acreditación en los hospitales para homologarse con los establecidos por la doctrina hospitalaria internacional y para ofrecer un mínimo de garantías, a empresas aseguradoras y usuarios, de la calidad y racionalidad de su oferta de servicios. Las consecuencias de este proceso acabaron por implantar una nueva cultura sanitaria en la población fundamentada sobre una visión hospitalocéntrica del sistema sanitario.