Se presenta el caso de una paciente de 28 años, huérfana desde la infancia (su tía fue quien se encargó de su cuidado), que inicia consumo de tóxicos en la adolescencia (alcohol y cannabis a los 16 años, y posteriormente speed, cocaína, LSD, opio y estramonio). Tanto su madre como su tía presentaban patrón de abuso de alcohol. A sus 19 años, comenzó estudios de Filosofía en la Universidad, que finalmente abandonó. La paciente inició contacto con Salud Mental en un primer ingreso en 2012, con un diagnóstico inicial de Trastorno Psicótico Inducido por Sustancias, experimentando vivencias en forma de flashbacks (habituales al combinar cannabis, alcohol y alucinógenos) y alucinaciones auditivas con importante repercusión emocional. Posteriormente, ha realizado seguimiento en Hospital de Día y Consultas externas, habiendo precisado 6 nuevos ingresos hasta la actualidad. En el 2019, recibe el diagnóstico de Trastorno Bipolar, al haberse observado durante su evolución fases maníacas y depresivas (muchas de ellas en el contexto de consumo de tóxicos, acompañándose de sintomatología psicótica inicial que cede rápidamente al interrumpir el consumo). Como sabemos, ha sido ampliamente descrito en la literatura científica que el consumo de sustancias en pacientes con otras patologías psiquiátricas dificulta el diagnóstico, tratamiento y abordaje, y ensombrece el pronóstico. La paciente ha recibido distintos tratamientos psicofarmacológicos, y durante estos años, se ha procurado que disponga de un abordaje multidisciplinar, apoyándose también en asistencia a comunidades terapéuticas, intervención por parte de Trabajo Social, y atención a la familia. Además, ha sido diagnosticada recientemente de Hepatitis Autoinmune, por lo que realiza seguimiento y tratamiento por parte del Servicio de Digestivo. En este momento, la paciente se encuentra estable y mantiene abstinencia y buen cumplimiento terapéutico, realiza actividades y cuenta con un adecuado soporte socio-familiar.